26 de marzo de 2023

Perú, un país en caída libre

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Dos meses después del autogolpe fallido de Castillo, Perú no encuentra salida a la mayor crisis política y social de los últimos años.

Perú es estos días un teatro con varios escenarios o un circo con muchas pistas. En cada una se repite la función sin cambios, día tras día. Una presidenta que dice que no va a renunciar y le pide al Congreso que convoque elecciones adelantadas. Unos congresistas que aseguran que quieren ir a las urnas pero que tumban todos los proyectos para fijar una fecha. Unos manifestantes hartos de la desigualdad, de la pobreza, del racismo y que ya han puesto 58 víctimas de la represión policial. Unas fuerzas de seguridad con escasa formación, bajos salarios y pésimas condiciones laborales que reprimen las marchas cargados hasta los dientes de armas y sueño. Y un público, la ciudadanía, que ha ido pasando del humor, al drama, al enfado y la incredulidad hasta instalarse en el peor de los estados: la desesperanza.

El historiador Jorge Basadre decía en 1931 que la Independencia de Perú fue hecha con una inmensa promesa de vida próspera, sana, fuerte y feliz. Y lo tremendo es que esa promesa no ha sido cumplida en 120 años. Si Basadre viviera, vería que en dos siglos, tampoco. Hay dos perús que nunca se han encontrado. El de Lima, que es un Perú más blanco, más rico, que se educa en colegios privados, que compra marcas americanas en el centro comercial Larcomar. Que maneja la élite económica, empresarial, política y social con la habilidad que da un poder adquirido por origen y se beneficia a manos llenas de un crecimiento económico nacional de notable éxito en la última década.

Y luego está lo que desde el club social en el que desemboca el barrio de Miraflores antes de alcanzar el paseo marítimo se entiende como el “otro Perú”, aunque ¿cuál sería el otro? Es el país del interior, de las regiones andinas, del clima de tundra, de las ruanas, de los pueblos originarios, de los llamados indios o cholos. De los pobres, de los desconectados, de los marginados de uno de los crecimiento del PIB más altos de la región. Es la gente que está en la calle desde hace ocho semanas y que no tiene intención de irse hasta que pase algo que tampoco está ya claro qué es, porque un problema de 200 años no se soluciona de una vez. De entrada, hay dos demandas a corto plazo: la renuncia de Dina Boluarte y celebrar elecciones generales.

La decena de voces consultadas para este reportaje, aunque muy diversas, coinciden en una cosa fundamental, la única salida inmediata en este momento pasa por convocar elecciones anticipadas, aunque esto no solucione la crisis de fondo. El analista Gonzalo Banda se imagina sentado con los 33 millones de peruanos en un autobús a punto de estrellarse. “Podríamos amarrarnos el cinturón, agarrarnos al asiento. Tratar de minimizar el impacto. La válvula inmediata para eso son las elecciones”.

Marisol Pérez Tello, abogada y ministra de Justicia de Pedro Pablo Kuczynski, ve en las urnas, al menos, “una oportunidad” para elegir otros nombres y se pregunta cuántos muertos más harán falta hasta que el Congreso llegue a un acuerdo. El economista Pedro Francke se refiere a esta como una “salida parche” a la crisis, que dé un tiempo para reacomodar la situación. El sociólogo Farid Kahhal resume así el momento: “El Perú está ante alternativas todas malas, pero algunas peores que otras”.

La crisis política de Perú no empezó con Pedro Castillo. Hace ya años que comenzó la desconexión entre los ciudadanos y los políticos. La sociedad peruana está huérfana de esos líderes, no solo políticos, que a veces surgen y enamoran a una mayoría. Como ejemplo, en las últimas tres elecciones presidenciales, Keiko Fujimori, la hija del dictador, alcanzó la segunda vuelta gracias a un nicho de votantes acérrimo pero no muy numeroso. En todas las ocasiones, perdió la presidencia al final.